domingo, 17 de octubre de 2010

"ESTOY TRISTE" Nezahualcoyòtl Poeta

ESTOY TRISTE

ESTOY TRISTE, ME AFLIJO YO, EL SEÑOR NEZAHUALCÒYOTL
CON FLORES Y CANTOS RECUERDO A LOS PRÌNCIPES,
A LOS QUE SE FUERON.
A TEZOZOMOCTZIN, A QUAQUAHTZIN.

EN VERDAD VIVEN
A DONDE DE ALGÙN MODO SE EXISTE.
¡OJALÀ PUDIERA YO SEGUIR A LOS PRÌNCIPES,
LLEVARLES NUESTRAS FLORES!
¿SI PUDIERA YO HACER MÌOS LOS HERMOSOS CANTOS DE TEZOZOMOTZIN!
ASÌ, HECHANDO DE MENOS TUS CANTOS,
ME HE VENIDO A AFLIGIR, SOLO HE VENIDO A QUEDAR TRISTE
YO A MI MISMO ME DESGARRO
HE VENIDO A ESTAR TRISTE ME AFLIJO.
YA NO ESTAS AQUÌ YA NO.
EN LA REGIÒN DONDE DE ALGÙN MODO SE EXISTE.
NOS DEJASTE SIN PROVISIÒN EN LA TIERRA
POR ESO YO A MI MISMO ME DESGARRO

NEZAHUALCÒYOTL (POETA)




Texto agregado el 01-06-2010, y leído por 18 visitantes. (0 votos)

miércoles, 13 de octubre de 2010

Los Gatos de Ulthar

Los gatos de Ulthar
[Cuento. Texto completo]
H.P. Lovecraft (autor)


Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre
puede matar a un gato; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a
aquel que descansa ronroneando frente al fuego. Porque el gato es críptico,
y cercano a aquellas cosas extrañas que el hombre no puede ver. Es el alma
del antiguo Egipto, y el portador de historias de ciudades olvidadas en
Meroe y Ophir. Es pariente de los señores de la selva, y heredero de los
secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla
su idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda aquello que ella ha
olvidado.
En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran la matanza de los gatos,
vivía un viejo campesino y su esposa, quienes se deleitaban en atrapar y
asesinar a los gatos de los vecinos. Por qué lo hacían, no lo sé; excepto
que muchos odian la voz del gato en la noche, y les parece mal que los gatos
corran furtivamente por patios y jardines al atardecer. Pero cualquiera
fuera la razón, este viejo y su mujer se deleitaban atrapando y matando a
cada gato que se acercara a su cabaña; y, a partir de los ruidos que se
escuchaban después de anochecer, varios lugareños imaginaban que la manera
de asesinarlos era extremadamente peculiar. Pero los aldeanos no discutían
estas cosas con el viejo y su mujer; debido a la expresión habitual de sus
marchitos rostros, y porque su cabaña era tan pequeña y estaba tan
oscuramente escondida bajo unos desparramados robles en un descuidado patio
trasero. La verdad era, que por más que los dueños de los gatos odiaran a
estas extrañas personas, les temían más; y, en vez de confrontarlos como
asesinos brutales, solamente tenían cuidado de que ninguna mascota o
ratonero apreciado, fuera a desviarse hacia la remota cabaña, bajo los
oscuros árboles. Cuando por algún inevitable descuido algún gato era perdido
de vista, y se escuchaban ruidos después del anochecer, el perdedor se
lamentaría impotente; o se consolaría agradeciendo al Destino que no era uno
de sus hijos el que de esa manera había desaparecido. Pues la gente de
Ulthar era simple, y no sabía de dónde vinieron todos los gatos.

Un día, una caravana de extraños peregrinos procedentes del Sur entró a las
estrechas y empedradas calles de Ulthar. Oscuros eran aquellos peregrinos, y
diferentes a los otros vagabundos que pasaban por la ciudad dos veces al
año. En el mercado vieron la fortuna a cambio de plata, y compraron alegres
cuentas a los mercaderes. Cuál era la tierra de estos peregrinos, nadie
podía decirlo; pero se les vio entregados a extrañas oraciones, y que habían
pintado en los costados de sus carros extrañas figuras, de cuerpos humanos
con cabezas de gatos, águilas, carneros y leones. Y el líder de la caravana
llevaba un tocado con dos cuernos, y un curioso disco entre los cuernos.

En esta singular caravana había un niño pequeño sin padre ni madre, sino con
sólo un gatito negro a quien cuidar. La plaga no había sido generosa con él,
mas le había dejado esta pequeña y peluda cosa para mitigar su dolor; y
cuando uno es muy joven, uno puede encontrar un gran alivio en las vivaces
travesuras de un gatito negro. De esta forma, el niño, al que la gente
oscura llamaba Menes, sonreía más frecuentemente de lo que lloraba mientras
se sentaba jugando con su gracioso gatito en los escalones de un carro
pintado de manera extraña.

Durante la tercera mañana de estadía de los peregrinos en Ulthar, Menes no
pudo encontrar a su gatito; y mientras sollozaba en voz alta en el mercado,
ciertos aldeanos le contaron del viejo y su mujer, y de los ruidos
escuchados por la noche. Y al escuchar esto, sus sollozos dieron paso a la
reflexión, y finalmente a la oración. Estiró sus brazos hacia el sol y rezó
en un idioma que ningún aldeano pudo entender; aunque no se esforzaron mucho
en hacerlo, pues su atención fue absorbida por el cielo y por las formas
extrañas que las nubes estaban asumiendo. Esto era muy peculiar, pues
mientras el pequeño niño pronunciaba su petición, parecían formarse arriba
las figuras sombrías y nebulosas de cosas exóticas; de criaturas híbridas
coronadas con discos de costados astados. La naturaleza está llena de
ilusiones como esa para impresionar al imaginativo.

Aquella noche los errantes dejaron Ulthar, y no fueron vistos nunca más. Y
los dueños de casa se preocuparon al darse cuenta de que en toda la villa no
había ningún gato. De cada hogar el gato familiar había desaparecido; los
gatos pequeños y los grandes, negros, grises, rayados, amarillos y blancos.
Kranon el Anciano, el burgomaestre, juró que la gente siniestra se había
llevado a los gatos como venganza por la muerte del gatito de Menes, y
maldijo a la caravana y al pequeño niño. Pero Nith, el enjuto notario,
declaró que el viejo campesino y su esposa eran probablemente los más
sospechosos; pues su odio por los gatos era notorio y, con creces,
descarado. Pese a esto, nadie osó quejarse ante la dupla siniestra, a pesar
de que Atal, el hijo del posadero, juró que había visto a todos los gatos de
Ulthar al atardecer en aquel patio maldito bajo los árboles. Caminaban en
círculos lenta y solemnemente alrededor de la cabaña, dos en una línea, como
realizando algún rito de las bestias, del que nada se ha oído. Los aldeanos
no supieron cuánto creer de un niño tan pequeño; y aunque temían que el
malvado par había hechizado a los gatos hacia su muerte, preferían no
confrontar al viejo campesino hasta encontrárselo afuera de su oscuro y
repelente patio.

De este modo Ulthar se durmió en un infructuoso enfado; y cuando la gente
despertó al amanecer ¡he aquí que cada gato estaba de vuelta en su
acostumbrado fogón! Grandes y pequeños, negros, grises, rayados, amarillos y
blancos, ninguno faltaba. Aparecieron muy brillantes y gordos, y sonoros con
ronroneante satisfacción. Los ciudadanos comentaban unos con otros sobre el
suceso, y se maravillaban no poco. Kranon el Anciano nuevamente insistió en
que era la gente siniestra quien se los había llevado, puesto que los gatos
no volvían con vida de la cabaña del viejo y su mujer. Pero todos estuvieron
de acuerdo en una cosa: que la negativa de todos los gatos a comer sus
porciones de carne o a beber de sus platillos de leche era extremadamente
curiosa. Y durante dos días enteros los gatos de Ulthar, brillantes y
lánguidos, no tocaron su comida, sino que solamente dormitaron ante el fuego
o bajo el sol.

Pasó una semana entera antes de que los aldeanos notaran que, en la cabaña
bajo los árboles, no se prendían luces al atardecer. Luego, el enjuto Nith
recalcó que nadie había visto al viejo y a su mujer desde la noche en que
los gatos estuvieron fuera. La semana siguiente, el burgomaestre decidió
vencer sus miedos y llamar a la silenciosa morada, como un asunto del deber,
aunque fue cuidadoso de llevar consigo, como testigos, a Shang, el herrero,
y a Thul, el cortador de piedras. Y cuando hubieron echado abajo la frágil
puerta sólo encontraron lo siguiente: dos esqueletos humanos limpiamente
descarnados sobre el suelo de tierra, y una variedad de singulares insectos
arrastrándose por las esquinas sombrías.

Posteriormente hubo mucho que comentar entre los ciudadanos de Ulthar. Zath,
el forense, discutió largamente con Nith, el enjuto notario; y Kranon y
Shang y Thul fueron abrumados con preguntas. Incluso el pequeño Atal, el
hijo del posadero, fue detenidamente interrogado y, como recompensa, le
dieron una fruta confitada. Hablaron del viejo campesino y su esposa, de la
caravana de siniestros peregrinos, del pequeño Menes y de su gatito negro,
de la oración de Menes y del cielo durante aquella plegaria, de los actos de
los gatos la noche en que se fue la caravana, o de lo que luego se encontró
en la cabaña bajo los árboles, en aquel repugnante patio.

Y, finalmente, los ciudadanos aprobaron aquella extraordinaria ley, la que
es referida por los mercaderes en Hatheg y discutida por los viajeros en
Nir, a saber, que en Ulthar ningún hombre puede matar a un gato.






Texto agregado el 24-07-2010, y leído por 9 visitantes. (1 voto)




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Lectores Opinan




2010-07-25 01:14:02 Yo pensé que se trataba de un plagio. Que bueno que colocó la autoría de Lovecraft antes de comenzar y que bueno que difunde su literatura. Yo recomendaría el título: "EN la critpta" edscrit



2010-07-24 15:07:02 Me gustó mucho. Portentosa imaginación.***** susana-del-rosal



2010-07-24 14:00:02 Muy bueno Filiberto

LA HORA CERO

Existe una hora mágica durante la tarde
es la hora cero,
cuando la luz se tranforma
y la naturaleza que comienza a cambiar
la luz del día, se mira de otra forma,
la tarde tiñe de un color sin color,
es etérea la visión a esa hora de la tarde
parece sentirse al color del amor...

sólo se ven brillar las lucecitas que a lo lejos
avecinan y anuncian la noche.

Una gata serena espera, lamiéndose su pelaje
sentada en el pueblerino balcón,
de donde emana y husméa
que las plantas y las flores
la Natura toda, adquieren otro olor .
Todo lo que siente inspirada y al olfato tranquila espera,
esta nueva noche.

Por ello, mi poesía, la de mis noches...
es porque la gata, su luna,
su noche...
sus noches, mis noches
nuestras son.

Es la Gata que al olfato
inspira como hechicera los sentidos
que me alegran, que me agobian
del que piensa en esta noche...
algo bello en poesìa, de esa que se encarna en almas blancas,
que al olfato del instinto, la Gata husméa.,

que ella,... quisiera volar como los
pàjaros y al pensamiento humano...
por curiosa, por sincera, por caprichosa.

La noche es para gustarse...
cuando Buenas Noches son
¡del puro gusto de gustar!
-dice la Gata-
Para escuchar la Orquesta angelical
de los seres de la luz nocturnal,
de criaturas celestes, en esta noche festival,
de la naturaleza que vibra con la luna
cuando ilumina y canta armoniosa con sus melodiosos
seres nocturnos; cantan a nuestra amorosa Tierra
para el placer de los seres todos.

Esta es otra noche de la Gata...
para pensar en silencio, para sentir que existe y escribirla
çen el lenguaje de los momentos encendidos de noche;
porque la noche no duerme,
la Gata piensa y escribe de los instantes
eternos del hoy...de sus recuerdos...

Autorìa:
Micuija o
Elsa Didriksson.


Texto agregado el 28-03-2010, y leído por 27 visitantes.(1 voto)

TEXTO DEL INDIO SEATTLE (1855

TEXTO DEL INDIO SEATTLE

AL PRESIDENTE DE EEUU.





( Carta de Seattle, jefe de la tribu Suwamish al presidente de los Estados Unidos, Mr. Franklin Pierce, el año 1855, como respuesta a su oferta de compra de las tierras Suwamish.)


El gran caudillo de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El gran caudillo nos ha mandado también palabras de amistad y de buena voluntad. Apreciamos mucho esta delicadeza porque conocemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Queremos considerar su ofrecimiento, pues sabemos que si no lo hiciéramos, pueden venir los hombres de piel blanca a tomarnos las tierras con sus armas de fuego. Que el gran caudillo de Washington confíe en la palabra del líder Seattle con la misma certidumbre que espera la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como estrellas.

¿Como podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Se nos hace extraña esta idea. No son nuestros el frescor del aire ni los reflejos del agua. ¿Cómo podrían ser comprados? Lo decidiremos más adelante. Tendríais que saber que mi pueblo tiene por sagrado cada rincón de esta tierra. La hoja resplandeciente; la arenosa playa; la niebla dentro del bosque; el claro en la arboleda y el zumbido del insecto son experiencias sagradas y memorias de mi pueblo. La sabia que sube por los árboles lleva recuerdos del hombre de piel roja.

Los muertos del hombre de piel blanca olvidan su tierra cuando empiezan el viaje enmedio de las estrellas. Los nuestros nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos un pedazo de esta tierra; estamos hechos de una parte de ella. La flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa: todos son nuestros hermanos. Las rocas de las cumbres, el jugo de la hierba fresca, la calor de la piel del potro: todo pertenece a nuestra familia.

Por esto, cuando el gran caudillo de Washington manda decirnos que nos quiere comprar las tierras es demasiado lo que nos pide. El gran caudillo quiere darnos un lugar para que vivamos todos juntos. El nos hará de padre y nosotros seremos sus hijos. Hemos de meditar su ofrecimiento. No se nos presenta nada fácil ya que las tierras son sagradas. El agua de nuestros ríos y pantanos no es sólo agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendiésemos las tierras, haría falta que recordaseis que son sagradas y lo tendríais que enseñar a vuestros hijos y que los reflejos misteriosos de las aguas claras de los lagos narran hechos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son hermanos nuestros, porque nos libran de la sed. Los ríos arrastran nuestras canoas y nos dan sus peces. Si os vendiésemos las tierras, tendríais que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son hermanos nuestros y también vuestros. Tendríais que tratar a los ríos con el corazón.

Sabemos bien que el hombre de piel blanca no puede entender nuestra manera de ser. Tanto le importa un trozo de tierra que otro, porque es como un extraño que llega de noche a arrancar de la tierra todo lo que necesita. No ve la tierra com una hermana, sino más bien como una enemiga. Cuando la ha hecho suya, la menosprecia y sigue andando. Deja atrás las sepulturas de sus padres y no parece que eso le duela. No le duele desposeer la tierra de sus hijos. Olvida la tumba de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a la madre tierra y al hermano cielo como si fueran cosas que se compran y se venden; como si fuesen animales o collares. Su hambre insaciable devorará la tierra y detrás suyo dejará tan sólo un desierto.

No lo puedo comprender. Nosotros somos de una manera de ser muy diferente. Vuestras ciudades hacen daño a los ojos del hombre de piel roja. Tal vez sea porque el hombre de piel roja es salvaje y no puede entender las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre de piel blanca; ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el despliegue de las hojas, o movimiento de las alas de un insecto. Tal vez me lo parece a mi porque soy un salvaje y no comprendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto para el oido. Y yo me pregunto: ¿qué tipo de vida tiene el hombre cuando no es capaz de escuchar el grito solitario de una garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor del charco? Soy un hombre de piel roja y no puedo entender. A los indios nos deleita el ligero murmullo del viento fregando la cara del lago y su olor despues de la lluvia del mediodia, con su peculiar fragancia.

El hombre de piel roja es conocedor del valor inapreciable del aire ya que todas las cosas respiran su aliento: el animal, el árbol, el hombre. Pero parece que el hombre de piel blanca no sienta el aire que respira. Como un hombre que hace días que agoniza, no es capaz de sentir la peste. Si os vendiésemos las tierras, tendríais que dejarlas en paz y que contituasen sagradas para que fuesen un lugar en el que hasta el hombre de piel blanca pudiese saborear el viento endulzado por las flores de la pradera.

Queremos considerar vuestra oferta de comprarnos las tierras. Si decidieramos aceptarlo tendré que poneros una condición: que el hombre de piel blanca mire a los animales de esta tierra como hermanos.

Soy salvaje, pero me parece que tiene que ser así. He visto búfalos a miles pudriéndose abandonados en las praderas; el hombre de piel blanca les disparaba desde el caballo de fuego sin ni tan sólo pararlo. Yo soy salvaje y no entiendo porqué el caballo de fuego vale más que el búfalo, ya que nosotros lo matamos sólo a cambio de nuestra propia vida. ¿Qué puede ser del hombre sin animales? Si todos los animales desapareciesen , el hombre tendría que morir con gran soledad de espíritu. Porque todo lo que les pasa a los animales, bien pronto le pasa también al hombre. Todas las cosas estan ligadas entre sí.

Haría falta que enseñaseis a vuestros hijos que el suelo que pisan són las cenizas de los abuelos. Respetarán la tierra si les decis que está llena de vida de los antepasados. Hace falta que vuestros hijos lo sepan, igual que los nuestros, que la tierra es la madre de todos nosotros. Que cualquier estrago causado a la tierra lo sufren sus hijos. El hombre que escupe a tierra, a sí mismo se está escupiendo.

De una cosa estamos seguros: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red que es la vida, sólo es un hijo. El sufrimiento de la tierra se convierte a la fuerza en sufrimiento para sus hijos. Estamos seguros de esto. Todas las cosas estan ligadas como la sangre de una misma familia.

Hasta el hombre de piel blanca, que tiene amistad con Dios y se pasea y le habla, no puede evitar este destino nuestro común. Tal vez sea cierto que somos hermanos. Ya lo veremos. Sabemos una cosa que tal vez descubrireis vosotros más adelante: que nuestro Dios es el mismo que el vuestro. Os pensais que tal vez teneis poder por encima de Él y al mismo tiempo lo quereis tener sobre todas las tierras, pero no lo podeis tener. El Dios de todos los hombres se compadece igual de los de piel blanca que de los de piel roja. Esta tierra es apreciada por su creador y estropearla sería una grave afrenda. Los hombres de piel blanca también sucumbirán y tal vez antes que el resto de tribus. Si ensuciais vuestra cama, cualquier noche morireis sofocados por vuestros propios delitos. Pero vereis la luz cuando llegue la hora final y comprendereis que Dios os condujo a estas tierras y os permitió su dominio y la dominación del hombre de piel roja con algún propósito especial. Este destino es en verdad un misterio, porque no podemos comprender que pasará cuando los búfalos se hayan extinguido; cuando los caballos hayan perdido su libertad; cuando no quede ningún rincón del bosque sin el olor del hombre y cuando por encima de las verdes colinas nuestra mirada encuentre por todas partes las telarañas de hilos de hierro que llevan vuestra voz.

¿ Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. ¡Así se acaba la vida y empezamos a sobrevivir!



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Hasta aquí la carta.
Texto agregado el 01-05-2010, y leído por 12 visitantes.(2 votos)